Quiebras empresariales por el uso especulativo de los derivados.

Caso de estudio sobre las tres mayores quiebras empresariales por el uso expeculativo de los derivados.


La fórmula matemática acusada de destruir la economía mundial

No todos los días ocurre que alguien formula una ecuación que puede transformar el mundo. Pero a veces sí ocurre, y el mundo no siempre cambia para bien. Algunos creen que la fórmula Black-Scholes y sus derivadas ayudó generar el caos en el mundo financiero.

Por BBC Mundo 28 de abril de 2012


La fórmula se escribió por primera vez en los primeros años de la década de 1970, pero su historia comienza muchos años antes, en el mercado de arroz de Dojima en el siglo XVII en Japón, donde se escribían contratos de futuros para los comerciantes del arroz. Un contrato de futuros simple dice que una persona acordará comprar arroz de otra persona en un año, a un precio que acuerdan al momento de la firma.

En el siglo XX, la Bolsa de Comercio de Chicago era el lugar para que los comerciantes negociaran no sólo futuros sino contratos de opciones. Un ejemplo de esto último es un contrato en el que se acuerda comprar arroz en cualquier momento durante un año, a un precio convenido con la firma, pero que es opcional.

Es posible imaginarse por qué uno de estos contratos puede ser útil. Si alguien tiene una cadena grande de restaurantes de hamburguesas, pero no sabe cuánta carne necesitará comprar el próximo año -y está nervioso de que el precio pueda subir- entonces lo único que tiene que hacer es comprar unas opciones en carne.

Pero eso genera un problema: ¿Cuánto debería estar pagando por esas opciones? ¿Cuánto valen? Es precisamente acá donde puede ayudar la fórmula revolucionaria Black-Scholes.

El precio de una hamburguesa

"El problema que trata de solucionar es definir el valor del derecho, pero no de la obligación, para comprar un activo particular a un precio específico, dentro de un periodo determinado o al final de él", dice Myron Scholes, profesor de finanzas de la Facultad de Negocios de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, y -por supuesto- coinventor de la fórmula Black-Scholes.

Una parte del rompecabezas era la pregunta del riesgo: el valor de una opción para comprar carne a un precio, digamos, de US$2 por un kilo depende del precio de la carne y cómo ese precio se está moviendo.

Pero la conexión entre el precio de la carne y el valor de la opción de la carne no varía de una manera sencilla. Depende de qué tan probable sea la utilización de la acción. Eso, a su vez, depende del precio de la opción y del precio de la carne. Todas las variables parecen estar enredadas de manera impenetrable.

Scholes trabajó en el problema con su colega, Fischer Black, y descubrió que si alguien tiene el portafolio de carne correcto, además de las opciones para comprar y vender carne, esa persona tiene un portafolio excelente y totalmente sin riesgos. Como ya conoce el precio de la carne y el precio de los activos libres de riesgo, si mira la diferencia entre ellos puede calcular el precio de esas opciones de carne. Esa es la idea básica. Los detalles son excesivamente complicados.

En la tienda de dulces

El método Black-Scholes resultó ser una forma no sólo para calcular el valor de las opciones pero también todo tipo de activos financieros.

"Éramos como niños en un almacén de dulces, en el sentido que describíamos opciones en todos lados, las opciones estaban presentes en todo lo que hacíamos en la vida", dice Scholes.

Pero Black y Scholes no eran los únicos niños en la tienda de dulces, dice Ian Stewart, cuyo libro argumenta que la Black-Scholes fue una invención peligrosa.

"Lo que hizo la ecuación fue darles a todos la confianza para comerciar con opciones y, de manera muy rápida, con unas opciones financieras mucho más complicadas, que se conocen como derivadas financieras", dice.

Pero a medida que los bancos y fondos de cobertura se basaron cada vez más en sus ecuaciones, se hicieron más y más vulnerables a los errores o simplificaciones en las matemáticas.

"La ecuación se basa en la idea de que los grandes movimientos son en realidad muy, muy raros. El problema es que los mercados reales tienen estos grandes cambios mucho más a menudo de lo que este modelo predice", dice Stewart. "Y el otro problema es que todo el mundo está siguiendo los mismos principios matemáticos, por lo que todos vamos a obtener la misma respuesta."

La llegada de los genios

El trabajo de Scholes había inspirado a una generación de genios matemáticos de Wall Street, y en la década de 1990, él ya era un jugador en el mundo de las finanzas, como socio de un fondo de cobertura llamado Long-Term Capital Management.

"La idea de esta empresa era que iba a basar sus transacciones en principios matemáticos, tales como la ecuación de Black-Scholes. Y realmente fue un éxito sorprendente, al comienzo", dice Stewart. "Fue superando a las compañías tradicionales muy notablemente y todo se veía bien."

Pero no terminó bien. Long-Term Capital Management se encontró con, entre otras cosas, la crisis financiera rusa. La empresa perdió US$ 4 mil millones en el curso de seis semanas. Fue rescatada por un consorcio de bancos que habían sido reunidos por la Reserva Federal. Y - en el momento – se convirtió en una noticia muy, muy grande. Todo esto sucedía en agosto y septiembre de 1998, menos de un año después de Scholes había sido galardonado con el premio Nobel.

Lecciones

Stewart dice que las lecciones del caso Long-Term Capital Management son evidentes. "Se demostró la peligrosidad de este tipo de transacciones basadas en algoritmos si no se vigilaban algunos de los indicadores de que las personas más convencionales utilizaban", dice. "Ellos [Long-Term Capital Management] se comprometieron a seguir adelante con el sistema que tenían. Y salió mal."

Scholes dice que eso no es lo que sucedió en absoluto. "No tuvo nada que ver con las ecuaciones y nada que ver con los modelos", dice. "Yo no estaba manejando la empresa, permítanme ser muy claro al respecto. No existía la capacidad para soportar el choque que se produjo en el mercado en el verano y otoño de finales de 1998. Así que fue sólo una cuestión de la asunción de riesgos. No fue una cuestión de modelos".

Esto es algo que la gente se sigue discutiendo una década después. ¿Fue el colapso de Long-Term Capital Management el fracaso de los métodos matemáticos para las finanzas o, como dice Scholes, fue simplemente un caso de operadores financieros que tomaron demasiado riesgo contra el mejor juicio de los expertos matemáticos?

Diez años después de Long-Term Capital Management, Lehman Brothers se derrumbó. Y el debate sobre Black-Scholes es ahora un debate más amplio sobre el papel de las ecuaciones matemáticas en las finanzas.


¿La culpa fue de las matemáticas?

Ian Stewart afirma que la ecuación Black-Scholes cambió el mundo. ¿Pero realmente cree que las matemáticas causaron la crisis financiera?

"Fue el abuso de su ecuación lo que causó el problema, y yo no creo que se puede culpar a los inventores de una ecuación, si alguien viene y lo utiliza mal", dice.

Black-Scholes cambió la cultura de Wall Street, que pasó de ser un lugar donde las personas comerciaban con base en el sentido común, experiencia e intuición, a un lugar donde la computadora decía sí o no.

Pero en realidad, ¿es justo culpar a Black-Scholes por lo que siguió?

"La tecnología Black-Scholes tiene reglas y requisitos muy específicos”, dice Scholes.

"Esta tecnología atrajo o hizo que los bancos de inversión contrataran a personas que tenían habilidades cuantitativas o matemáticas. Eso lo acepto. A continuación, desarrollaron productos y tecnologías propias."

No todas las tecnologías posteriores, dice Scholes, eran lo suficientemente buenas. "[Algunas] tenía supuestos equivocados, o utilizaban datos de forma incorrecta para calibrar sus modelos, o las personas que utilizaban los modelos no sabían cómo hacerlo".

Scholes argumenta que no hay vuelta atrás. "La cuestión fundamental es que las tecnologías cuantitativas en las finanzas sobrevivirán y crecerán, y seguirán evolucionando con el tiempo", dice.


Nick Leeson: "El principal delito de la banca es su estupidez"

Las fraudulentas operaciones bursátiles de este trader en Singapur terminaron en 1995 con 223 años de historia de Barings, el más prestigioso banco de Reino Unido, con clientes como la reina de Inglaterra

Por La Vanguardia 18 de febrero de 2013


Nick Leeson entró a formar parte de la leyenda negra del mundo de las finanzas el jueves 23 de febrero de 1995 a las cinco de la tarde. En aquel preciso instante, a dos días de cumplir los 28 años, Leeson, un joven operador de bolsa británico, de origen humilde, encumbrado por sus superiores a la categoría de dios de las finanzas de la noche a la mañana, provocó la sonada quiebra de una de las más venerables instituciones financieras de Reino Unido, la banca Barings, con 223 años de historia a sus espaldas.

La historia de Leeson es el relato de la ambición desmesurada del hijo de un yesero del norte de Londres que pasa a saborear las mieles del éxito en Singapur y de las ansias de beneficios inmediatos de los responsables de un banco que desconoce el mundo en el que se juega el dinero de sus clientes: ayuntamientos, fondos de pensiones y organizaciones de caridad, entre otros muchos. Desgraciadamente, la historia del original rogue trader, como se ha observado en el futuro, son prueba fehaciente de la extrema cortedad de la memoria histórica de los mercados financieros. Han pasado 18 años desde entonces y los errores se han repetido periódicamente.

La banca Barings, la misma que financió la compra de Luisiana por Estados Unidos, la que puso el dinero para la construcción del ferrocarril en la ruta de la seda, la que fue descrita por el cardenal Richelieu como la sexta potencia del mundo y que ayudó en la reparación de Francia tras Waterloo, terminó finalmente vendida por una libra al grupo holandés de servicios financieros Internationale Nederlanden Groep (ING), que prometió hacerse cargo de todas las deudas, devolver los depósitos y encargarse de los acreedores.

Barings, todo un emblema del establishment británico, con clientes como Napoleón III o la mismísima reina de Inglaterra -quien al parecer perdió más de un millón de dólares tras la bancarrota-, estaba, para sorpresa de muchos, en las manos de un especulador de 28 años, que suspendió su examen de matemáticas para ingresar en la Universidad, y que dejó un agujero irreparable de 827 millones de libras (1.400 millones de dólares).

Leeson pasó de un piso de protección oficial en Londres a un apartamento de lujo de 4.000 dólares de alquiler mensual; del metro de la capital británica a un Porsche y una cuenta de gastos a todo trapo. Todo en tan sólo cuatro años. Saul Bellow, premio Nobel de Literatura y Premio Pullitzer en 1976, relacionó en su obra el mito latino del carpe diem, aprovecha el día, con la ansiedad moderna del éxito rápido, cuya máxima expresión sería el mercado de futuros. Y ese, sin saberlo aún, era Leeson, a eso se dedicaba, a los derivados financieros, rama futuros.

Antes del desastre, Leeson había ganado muchos millones para la banca Barings. Contaba con la aprobación de la cúpula del banco, a la que los ojos le hacían chiribitas al ver los pingües beneficios que presentaba aquel joven en el Lejano Oriente ante un IBM con un módem y un teléfono para una entidad que arrastraba una racha de escasos beneficios.

Pero a Leeson los negocios le salieron mal. Entonces empezaron los engaños y el final de su carrera. Abrió una cuenta secreta, la famosa 88888, en la que escondió todos sus pufos. Pretendía ir recuperando lo perdido con nuevas operaciones que le dieran beneficios, de modo que en Londres nadie se preocupara y no vieran que sus negocios eran demasiado arriesgados e ilegales.

Su plan no salió bien. La pelota fue haciéndose más y más grande. Tanto que, como quien lo apuesta todo a un único número en la ruleta del casino, Leeson lo apostó todo en el mercado de futuros de Tokyo y perdió. El terremoto de Kobe en 1995 hizo que Japón repatriara su capital en el exterior y dio al traste con la huída hacia adelante del joven trader.

Leeson engañaba al banco diciendo que invertía por otros cuando se trataba del dinero de la entidad, que tuvo sospechas de que algo no andaba bien tras repetidas inyecciones de dinero reclamadas por el trader desde Singapur. Sin embargo, los controles internos de la Casa de Barings no alcanzaron a ver la magnitud de la tragedia que finalmente se materializó.

Al comprobar que todo estaba perdido, Leeson y su mujer huyeron a Kuala Lumpur, donde el trader se enteró por los periódicos del desastre al ver el nombre del banco por el que trabajaba en la primera página del The Wall Street Journal y pidió disculpas a la entidad a través de un fax. Finalmente fue detenido en Frankfurt y, muy a su pesar, trasladado a Singapur, donde pasó cuatro años y medio de una condena de seis y medio en una prisión de máxima seguridad, de la que salió al ser diagnosticado de un cáncer de colon, que superó.

Nick Leeson es casi una figura de culto en determinados círculos financieros. Tanto es así que una de las llamativas chaquetas del equipo con las que operaba en el parquet de Singapur fue adquirida por un inversor por 25.000 euros. El actor Ewan McGregor protagonizó su historia en un film de dudosa calidad titulado Rogue Trader y sus memorias fueron adquiridas por una editorial por una cuantiosa cifra.

Ahora vive con su segunda esposa en Irlanda, donde ha sido directivo del club de fútbol del Galway United y actualmente se dedica a dar charlas en diferentes foros acerca de su experiencia. Estos son sus datos de contacto: NMP Live www.nmplive.co.uk Email: management@nmp.co.uk Tel: +44 (0)1372 361 004 www.nickleeson.com @TheNickLeeson.

Desde su casa, en conversación telefónica, responde a las preguntas de LaVanguardia.com.

¿Cómo definiría su historia?

Es una historia de incompetencia y negligencia a gran escala. Si el banco, los supervisores y yo mismo hubiéramos hecho mejor nuestro trabajo nada de esto hubiera sucedido. Obviamente yo fui el culpable de todo, pero sin la contribución de estos otros factores nada de aquello hubiera sucedido.

¿Le molesta ser recordado como la persona que acabó con la banca Barings?

Tengo que ser responsable de mis propias acciones y de sus consecuencias. Estuve en prisión, me divorcié, tuve cáncer de colon... Todo lo que me sucedió desde entonces es una consecuencia de todas aquellas acciones. Es algo de lo que soy plenamente consciente. No puedo culpar a nadie por lo que hice.

¿Cómo fue el periodo en el que estuvo en prisión?

Extremadamente duro. Estuve en una cárcel de máxima seguridad de Singapur, repleta de miembros de bandas, que tenía soldados patrullando los muros, armados hasta los dientes, vigilado las 24 horas del día. Las condiciones eran muy duras, sin cama, dormía en el suelo, sin una sábana para cubrirme, en una celda con un espacio mínimo... Muy duro.

Ya veo...

El tedio era extremo. Estuve encerrado 23 horas al día durante dos años. No veía demasiado la luz del día. Había mucha violencia. Si te atacan sólo tienes que defenderte al menos durante 15 segundos y después todo pasa porque llegan los guardias. Nunca estuve en ninguna situación en la que temiera por mi vida. Me adapté rápido y pude sobrevivir.

¿Cree que en la City o en Wall Street aprendieron de su experiencia?

Quizá durante un tiempo pero cuando las cosas vuelven a su cauce y todo el mundo regresa a hacer negocios como siempre y se olvida todo. Han existido episodios de operaciones fraudulentas desde entonces, en repetidas ocasiones. Recientemente, sin ir más lejos, está el escándalo de las tarifas del Libor. En la City, una vez pasa la tormenta, todo el mundo busca nuevas maneras de hacer dinero. La historia debe aprenderse para que no se repita, pero desafortunadamente se repite.

Entonces, ¿cree que lo volveremos a ver un futuro?

Desafortunadamente, sí. Máxime cuando el principal objetivo de los bancos continúa siendo ganar más dinero. Por esta razón no existe una presión especial para que se reproduzcan determinadas conductas. Me pasó a mí, ha pasado con el escándalo del Libor. Si está mal, está mal. Yo no fui la primera persona en poner una transacción en una cuenta como la 88888, era algo que había visto hacer en multitud de ocasiones. Por lo tanto, no fue nada nuevo para mí. Cuando se detecta este tipo de comportamiento es cuando debe ser castigado y es entonces cuando la gente empieza a aceptar ese mal comportamiento.

¿Cree que los banqueros imprudentes deben ir a la cárcel?

Si alguien hace cualquier cosa de modo ilegal en cualquier tipo de sector debe ir a la cárcel. El principal delito de la banca es su estupidez y desafortunadamente no hay ningún tipo de castigo para ello actualmente.

Y, claro, cuando esto pasa se socializan las pérdidas...

Creo que eso está mal pero no hay otra manera. En 2008, cuando la actual crisis empezó, nadie sabía cuál era la solución. Así que vivimos diferentes reacciones ante el problema. En Irlanda fue una garantía bancaria, que estuvo mal ideada al principio, pero que era lo único que se pudo pensar. Y poco a poco se han ido tomando diferentes caminos y todo lo que se ha conseguido es comprar tiempo. No hay una solución todavía a ese problema. En mi opinión la única solución es que se condonen esas deudas contraídas con la UE, el FMI y el BCE.

En ocasiones los mercados financieros son percibidos como un gran casino...

En los mercados financieros, lo de hablar de ‘casino’ es algo que se odia. Los casinos son pura suerte y en los mercados financieros hay ligeramente más información.

¿Cómo se percibe la guerra entre Frankfurt y la City desde Londres?

Es algo que siempre ha existido. Con centros financieros cercanos siempre hay guerra. En Asia, era Hong Kong contra Singapur. Entre Londres y Frankfurt, gana Londres. Siempre ha sido el lugar más destacado.

¿Le reconocen por la calle?

Depende del lugar y de la edad. Me reconocen en determinados lugares.

¿Ha vuelto a Singapur?

No puedo, lo tengo prohibido.

Tengo entendido que una de las chaquetas de su equipo de traders en Singapur fue subastada por mucho dinero en internet

Sí, es cierto. No era la mía. Cuando me fui del parquet en la bolsa de Singapur el 23 de febrero de 1995 lo último que tenía en la cabeza era qué hacer con mi chaqueta. Lo único que pensaba era en huir lo más lejos posible y lo más rápido que pudiera. Sé que hubo traders que con el paso de los días, y sabiendo lo que pasó, empezaron a buscar souvenirs que tuvieran que ver con aquel episodio. Creo que la chaqueta en cuestión era de una de las chicas que trabajaba para mí. Alguien pagó 25.000 euros por ella. ¡Ojalá hubiera tenido ahora esa chaqueta para venderla!

Uno de los detalles que se comentan de su historia es que dejó una nota cuando huyó en la que se leía: “Lo siento”. ¿Es cierto?

No, no dejé una nota diciendo “lo siento” cuando huí de Singapur. Cuando me fui volé a Kuala Lumpur y me quedé en un hotel y escribí una breve carta, que después envié por fax. Al final de la carta, eso sí, dije que lo sentía.

¿Vio la película que se hizo de usted, protagonizada por Ewan McGregor?

Sí, la he visto. Tengo sentimientos encontrados con ella. Digamos que hay muchas licencias poéticas para hacer que funcione la película.

Por último, ¿sigue invirtiendo?

Sí, pero con mi dinero.


Jérôme Kerviel: “Se tarda cuatro segundos en invertir 1.000 millones”

Manejó y perdió miles de millones especulando en Bolsa para la Société Générale. Jérôme Kerviel fue condenado por ello. Ahora habla sobre la responsabilidad de la empresa que hizo posible sus negocios especulativos

Por La Vanguardia 21 de noviembre de 2010


El francés Jérôme Kerviel (33 años) probablemente sea el mayor especulador de la historia. Apostó hasta 50.000 millones de euros a la evolución del mercado bursátil alemán. En un primer momento obtuvo ganancias de miles de millones para el gran banco parisiense Société Générale, pero más adelante sus apuestas especulativas resultaron fallidas y se convirtió en el símbolo de la crisis financiera. A comienzos de octubre fue condenado a cinco años de cárcel, dos de ellos en libertad condicional, así como a pagar una indemnización de 4.900 millones de euros. El juez consideró probado que manipuló con fines de engaño el ordenador y que ocultó a sus colegas la auténtica dimensión de sus posiciones mediante supuestas contraoperaciones de compensación de riesgos. Kerviel considera que la sentencia es injusta y ha recurrido. Según él, únicamente ha aplicado métodos que aprendió en su empresa. Ha expuesto su visión del asunto en una autobiografía recientemente publicada en alemán con el título Nur ein Rad im Getriebe [Solo un engranaje del mecanismo].

Pregunta. Señor Kerviel, un tribunal de París le ha condenado a una pena de prisión de cinco años y a pagar una indemnización de 4.900 millones de euros. ¿Qué opinión le merece la sentencia?

Respuesta. Me ha parecido una gran injusticia. Me sentí como si me hubieran golpeado en la cabeza. Primero, los cinco años de cárcel; luego, la indemnización por valor de miles de millones. Encima, el banco absuelto de la parte de responsabilidad que le tocaba.

P. Si calculamos con su actual salario mensual (2.300 euros), tendría que trabajar 177.000 años para devolver esa cifra.

R. El juez se ha limitado a hacer suya la argumentación de los abogados de la empresa para la que yo trabajaba, Société Générale. Esta sentencia no contempla las circunstancias atenuantes que aportamos al procedimiento judicial. Es evidente que se quiere proteger al banco y a París como plaza financiera. Para eso había que cargarse a Jérôme Kerviel.

P. "Un hombre solitario respira profundamente; sentado, cabizbajo, noqueado", escribió Le Figaro. ¿Tanto le sorprendió el fallo?

R. Es como si se me hubiera hundido el suelo bajo los pies, no me lo esperaba. Al principio no podía ni moverme. El que tuviera que ingresar directamente en prisión me preocupó sobre todo por mi madre. Todo este asunto le ha afectado mucho. No entiendo la sentencia; niega la crisis financiera y carga toda la culpa sobre mí. Habíamos aportado al tribunal pruebas de que muchos agentes actuaban de forma parecida y que mis jefes sabían lo que estaba pasando. Y al final el banco queda exonerado de toda responsabilidad.

P. Es que el tribunal no aceptó su línea de defensa. La indemnización que le impusieron corresponde a las pérdidas que ha demostrado su empresa. Nunca hasta ahora un empleado de banco había causado pérdidas tan cuantiosas con sus apuestas en el mercado bursátil.

R. Yo no me he embolsado ni un céntimo; no me he enriquecido ni he defraudado lo más mínimo. Solo pretendía ser un buen empleado, generando los mayores beneficios posibles para mi empresa. No era más que una pieza del engranaje y de repente me veo convertido en el principal culpable de la crisis financiera.

P. A principios de 2005 le ascendieron a agente de Bolsa y posteriormente hizo carrera con rapidez. ¿Cómo lo consiguió?

R. Me especialicé en valores alemanes. Al cabo de unos meses especulé por primera vez a la baja con acciones de Allianz. En un primer momento perdí dinero. Pero luego el valor se desplomó debido a los atentados contra el metro de Londres. Mi operación le reportó al banco 500.000 euros.

P. ¿Cómo reaccionaron sus superiores?

R. Cuando comenté la operación con mi superior durante una comida de trabajo, me echó una leve reprimenda porque un agente con solo seis meses de experiencia no debía adoptar posiciones de este tipo. Pero no tardó nada en elogiarme y ampliar mi margen de acción para operaciones especulativas de dos a cinco millones de euros. Esto es algo típico del mundo contradictorio de las salas de negociación: todos los días se saltaban los límites del riesgo, los jefes lo sabían y jamás había amonestaciones.

P. Sin embargo, con dos o cinco millones de euros de riesgo, usted ya no se daba por satisfecho...

R. Fui aumentando más y más mis posiciones cuando me di cuenta de que mis superiores me cubrirían, por su propio beneficio y por el del banco. A finales de 2006 tomé por primera vez posiciones de venta por valor de varias docenas de millones de euros en el índice bursátil alemán Dax, posiciones que liquidé en febrero de 2007, con un beneficio de 20 millones de euros. Desde el negocio con las acciones de Allianz, mis superiores jamás volvieron a llamarme a capítulo. Siempre obtuve beneficios elevados. Al cabo de tres años, los jefes habían elevado mis objetivos un 1.700%. Eso demuestra que sabían exactamente lo que estaba ocurriendo.

P. Y de repente le entraron delirios de grandeza y apostaba miles de millones.

R. No tuve la sensación de que fueran delirios de grandeza. Con el apoyo de mis jefes, estaba atrapado en una espiral para hacer siempre más y más. En marzo me di cuenta de que los riesgos con los créditos subprime estadounidenses estaban fuera de control y especulé con un crash. Sin embargo, el mercado bursátil siguió al alza entre marzo y julio, lo que me dejaba con unas pérdidas gigantescas de 2.000 millones de euros. El banco cubría una y otra vez mis pérdidas. Todos los días pagaba las pérdidas en Bolsa y nunca se me dijo nada.

P. Pero entonces cambiaron las tornas.

R. En julio se produjo el primer ataque de pánico del mercado y pude haberme salido con unas ganancias de 500 millones de euros. Sin embargo, yo estaba convencido de que los mercados seguirían cayendo y volví a especular con 30.000 millones de euros. Me quedaba mirando hipnotizado la pantalla de la mañana a la noche, operando con sumas gigantescas, apenas durmiendo, y hasta fin de año conseguí unos beneficios de 1.500 millones de euros para el banco.

P. Oficialmente, su mesa de negociación Delta One solo podía manejar riesgos por un importe máximo de 125 millones de euros. ¿Cómo fue posible que tuviera a su disposición sumas de muchos miles de millones de euros para especular?

R. Mis superiores habían desactivado los sistemas de seguridad. Habría podido invertir en un solo día 100.000 millones de euros. Mis jefes habían suprimido de mi ordenador todos los dispositivos de seguridad

P. El juez que le sentenció consideró probado, sin embargo, que usted era el "inventor de un sistema coherente de engaño". Le condenó por "deslealtad, falsificación y manipulación con fines de engaño". ¿De verdad se considera inocente?

R. Me limité a aplicar los métodos que ya existían en el banco y que había aprendido allí. No he inventado nada, otros agentes actuaban de forma parecida. Solo tenía que ocuparme de que por la noche se mantuviera la apariencia de que se había respetado el límite de negociación. Para hacer efectivas mis posiciones de negocio cerraba operaciones de compensación que, aparentemente, neutralizaban el riesgo en el sistema de negociación bursátil. Los supervisores veían que yo no tenía ningún socio negociador para esas operaciones de compensación, pero jamás dijeron nada. A veces se trataba de posiciones de hasta 50.000 millones de euros. En total, en el transcurso de dos años pude negociar valores por importe de 400.000 millones de euros con terceras partes desconocidas para el banco.

P. ¿A sus superiores nunca les llamó la atención la magnitud de sus operaciones?

R. Sí. Ya en abril de 2007 recibieron un mensaje de correo electrónico en el que se les advertía de que cerraba operaciones ficticias por sumas muy importantes con terceras partes inexistentes. Mis jefes me dijeron que debía ocuparme de ese problema. A lo largo del año 2007 recibieron muchos más mensajes sobre el mismo asunto.

P. Algunos agentes de Bolsa aseguran que su modelo era el tiburón de las finanzas Gordon Gekko de la película de Hollywood Wall Street, interpretado por Michael Douglas. ¿También lo era para usted?

R. De ninguna manera. En la película se dicen algunas frases que en la sala de negociación se emplean con frecuencia. Muchas veces me divierte pensar en el consejo de Gordon Gekko: "Si necesitas un amigo, cómprate un perro". Es algo que, lamentablemente, encaja con mis desgraciadas experiencias.

P. Al comienzo de la recién estrenada Wall Street 2: el dinero no duerme, Gordon Gekko sale de la cárcel. Como usted, escribe un libro sobre los abismos del mundo financiero y se venga ganando más dinero que en toda su vida. ¿Ha meditado ya su venganza?

R. No, eso no le sirve a nadie de nada. Mi único interés es que la verdad salga a la luz, que cada cual asuma su responsabilidad

P. Daniel Boston, el presidente del banco para el que trabajaba, dijo que usted era un terrorista porque había arriesgado 50.000 millones de euros con sus negocios especulativos. Eso es, más o menos, lo que vale todo el banco.

R. Mi único objetivo era maximizar los beneficios de mi empresa. Entré en una espiral en la que, con apoyo de mis jefes, siempre se ascendía más y más.

P. Las instancias de control hicieron llegar 70 advertencias a la Société Générale.

R. En realidad fueron muchas más. Sin embargo, los jefes tuvieron parte muy activa en las especulaciones. Había límites para los riesgos que podía asumir un solo operador, pero nadie se preocupó de eso. Ya lo he dicho: mis superiores habían desactivado los sistemas de seguridad de mi ordenador.

P. Los responsables de Société Générale han afirmado en el proceso que usted "en ningún caso estaba autorizado, ni sus jefes hubieran podido autorizarle, a asumir riesgos tales que potencialmente representaban un peligro mortal para el banco".

R. En ningún momento me dijeron: "¡Jérôme, deja ya de hacer tonterías!". Al contrario. Me animaron a tomar posiciones de negociación y a asumir riesgos. En el verano de 2007 me marché de vacaciones dos semanas. Todas las mañanas me telefoneaban para pedirme consejo sobre la gestión de mis posiciones. Tuve que volver al cabo de una semana.

P. ¿Los riesgos habían quedado fuera de control?

R. No. Se dieron cuenta de que había posibilidades de ganar dinero y reclamaron mi vuelta.

P. ¿Le obligó el banco, después de sus vacaciones, a reducir sus posiciones?

R. Al contrario. Me dijeron que me dedicara en exclusiva a estos negocios por cuenta del banco y me liberaron de otras tareas. Me alentaron a tomar riesgos.

P. ¿Se dio cuenta de que en aquel momento nadie especulaba con sumas superiores a las suyas?

R. Nadie sabe lo que se oculta en los balances de los bancos. Son completamente impenetrables. Se tarda un segundo en invertir 150 millones de euros. Cuatro en invertir 1.000 millones. Es algo que sucede tan rápido en el ordenador que se pierde el sentido de las cantidades manejadas. El mercado internacional es tan grande que absorbe cualquier orden en cuestión de segundos. La rueda gira cada vez más deprisa, se ha vuelto loca.

P. Eurex, la Bolsa alemana de futuros, anunció en octubre de 2007 a Société Générale que uno de sus operadores, un tal Jérôme Kerviel, manipulaba el índice bursátil alemán. ¿Qué había pasado?

R. Yo había apostado 30.000 millones de dólares a la bajada del Dax. Cuando en el otoño de 2007 se desplomaron los mercados, me beneficié de eso. Deshice mi posición, apoyando así el mercado. Los agentes del mercado se olieron una manipulación bursátil y protestaron ante la Bolsa alemana; esta inició una investigación y descubrió que yo apoyaba al Dax.

P. ¿No debía el banco haberse despertado en ese momento, como muy tarde?

R. Una tarde vinieron a verme los supervisores de riesgos del banco y me preguntaron por mi estrategia en Alemania. Más tarde, mi jefe me dijo que me inventara una respuesta vacía de significado para contársela a los alemanes y que de ninguna manera revelara mi estrategia de negocio. Todos mis superiores vieron esa carta.

P. ¿Se dio por satisfecha la Bolsa alemana con sus respuestas?

R. No del todo. En noviembre enviaron una segunda carta. De ella se deducía claramente que en el plazo de dos horas había adoptado posiciones de más de mil millones de euros y que había superado con mucho mis topes. Naturalmente, mis superiores también vieron esa carta. Tuve que volver a preparar un segundo escrito de respuesta que no comprometía a nada y que el banco les remitió.

P. ¿La supervisión interna de riesgos no adoptó ninguna medida respecto a usted?

R. No. Hay mucha hipocresía: todos ven todo y nadie dice nada. Uno no ofrece resistencia al modelo de negocio de un banco.

P. Su jefe testificó ante el tribunal que no sabía qué se traían entre manos sus operadores. Que él no tenía ni los medios ni la cualificación necesaria para controlarles mejor, afirmó.

R. También él quería salvar la piel. Cuando el juez le leyó un mensaje de correo electrónico dirigido a él, en el que se trataba de una de mis operaciones por valor de mil millones de euros, pretendió no haber leído el segundo párrafo, que era el decisivo. Solo los párrafos 1 y 3. Durante toda la vista judicial pasaron cosas como esas. Los responsables dijeron siempre que, por desgracia, no habían leído con atención los detalles, que ellos no eran operadores.

P. ¿Y los jueces se lo creyeron?

R. Para ser, como afirman ser, ignorantes de este asunto, sus exigencias eran muy altas: bonus de setecientos mil y de dos millones de euros. Me dejó atónito que consiguieran salir bien librados dando al tribunal la callada por respuesta. Hay docenas de mensajes de correo electrónico que demuestran que estaban al tanto de las operaciones.

P. ¿Pide que haya penas de cárcel para sus antiguos superiores?

R. No se trata de eso. Pero me parece injusto que se me presente como único culpable y se me haga responsable de todo. La sentencia contra mí sirve para salvar el sistema y la imagen de la banca francesa.

P. El fiscal afirmó ante el tribunal: "Ha engañado a sus superiores, a sus amigos, a sus colegas".

R. No he engañado a nadie. He anotado millones en las cuentas de operaciones de mis colegas para que alcanzaran sus objetivos. Mis jefes se aprovecharon de mí al negociar sus bonus. Alardearon del crecimiento de mis resultados para exigir más dinero. Y hoy aseguran que no sabían nada.

P. Pero todos perdieron su empleo cuando estalló la bomba.

R. Hasta donde yo sé, todos menos uno han vuelto a encontrar trabajo.

P. "Kerviel fue formado, formateado y deformado por Société Générale. Es su creación", afirmó su abogado defensor en el juicio. ¿No exageraba un tanto?

R. Solo sé una cosa: todo lo que he aprendido del negocio bancario lo aprendí en las oficinas de la Société Générale.

© Der Spiegel



Economía financiera permite aprender de una manera diferente todo sobre las finanzas.

Copyright © 2024.Todos los derechos reservados.