Se coloca una serie de noticias para entender cuáles son los últimas tendencias de la Globalización y hacia dónde va
Por La BBC Mundo 2 febrero 2017
En los últimos años, millones de personas alrededor del mundo han salido a las calles para protestar contra el impacto de la globalización en sus trabajos y comunidades.
Y lo más probable es que estas manifestaciones aumenten en la medida en que el fenómeno tenga más efectos
Esta advertencia viene de Richard Baldwin, presidente del Centro de Investigación de Política Económica, un grupo de análisis que se dedica al estudio del comercio global desde hace 30 años.
Los avances tecnológicos de los últimos años implican que algunos profesionales que trabajan en oficinas estarán en riesgo de perder sus puestos, indica Baldwin, quien también fue uno de los economistas del equipo del expresidente estadounidense George Bush padre.
En Estados Unidos, la ira de los electores contra la globalización puede haber contribuido al triunfo de Donald Trump. Una de las promesas electorales del republicano fue la de volver a crear en su país los puestos de trabajo que se habían trasladado al extranjero.
Pero aquellos que votaron por él pueden decepcionarse, ya que es poco probable que cumpla su objetivo, según Baldwin.
Las barreras comerciales proteccionistas no van a funcionar en el siglo XXI, dice.
"El masivo cruce de fronteras del conocimiento es la próxima disrupción", afirma el especialista.
El costo de la mano de obra en países en vías de desarrollo puede ser una décima parte de lo que son en Occidente, dice Baldwin.
"No pueden venir aquí a tomar los trabajos, pero la tecnología pronto permitirá la migración virtual, gracias a la telerobótica ya la telepresencia", explica.
Las velocidades cada vez más rápidas de internet que están ampliamente disponibles en el mundo, junto con la rápida caída de los precios de los robots, permitirán a los trabajadores, por ejemplo en Filipinas o China, prestar remotamente servicios a un país como Reino Unido.
"Lo que hará la tecnología es cambiar la naturaleza de nuestras ocupaciones. Algunas de las cosas que usted hace definitivamente requieren su juicio, pero algunas partes de su trabajo pueden hacerse a distancia, al igual que algunas etapas en una fábrica pueden completarse a distancia", explica Baldwin.
El experto agrega que "todo lo que necesita es más poder de computación, más poder de comunicación y robots más baratos".
Los guardias de seguridad de los centros comerciales estadounidenses podrían ser reemplazados por robots controlados por personal de seguridad con sede en Perú, y los limpiadores de hoteles en Europa podrían ser reemplazados por robots manejados por personal ubicado en Filipinas, argumenta en su libro The Great Convergence ("La gran convergencia").
El uso de robots ha crecido exponencialmente desde mediados del siglo XX.
Operar un robot industrial típico puede costar alrededor de US$5 por hora, en comparación con el promedio total de los costos laborales europeos de alrededor de US$50 por hora o US$11 por hora en China.Comprar robots es cada vez más barato y son cada vez más capaces de hacer tareas más complejas.
Esto significa que el aumento del uso de robots también está amenazando millones de empleos en los países en desarrollo, dice la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad, por sus siglas en inglés), así como en las economías desarrolladas.
No es sólo en las fábricas. El número mundial de robots domésticos ascenderá a 31 millones entre 2016 y 2019, dice la Federación Internacional de Robótica (IFR). Se prevé que las ventas de robots para limpiar pisos, cortar el césped y limpiar piscinas crezca a US$13.000 millones en este mismo período.
En el siglo XIX, la primera oleada de la revolución industrial causó un aumento del comercio mundial.
La energía a vapor, el final de las guerras napoleónicas y el subsiguiente periodo de paz redujeron los costos de trasladar bienes a nivel internacional.
La riqueza global se concentró cada vez más entre unas pocas naciones: el grupo del G7 -EE.UU., Alemania, Japón, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia- vio aumentar significativamente su participación en la riqueza mundial.
Pero a partir de la década de 1990 comenzó una segunda ola de globalización, con el auge de la tecnología de la información y las comunicaciones.
Hubo un cambio dramático en el engranaje, y el "auge de las naciones ricas se invirtió en sólo dos décadas", dice Baldwin.
La globalización de antes "funcionó en un calendario que avanzaba año tras año", mientras que la actual ola de globalización está siendo impulsada por las tecnologías de la información, que están cambiando y perturbando las economías y las sociedades con cada vez mayor rapidez, comenta.
Todo esto ha creado una reacción de rechazo, especialmente en las economías desarrolladas, ya que muchos votantes dicen que están perdiendo o viendo poco de los beneficios que la globalización supuestamente trae.
Baldwin dice que las políticas proteccionistas, como las de Donald Trump, son contraproducentes.
"La gente está tan enojada que están haciendo cosas que no son beneficiosas para su propio interés", advierte el investigador. "Se están vendiendo remedios que no están relacionados con el problema".
Pero la reacción no es la misma en todos los países. A menudo depende de cómo los gobiernos tratan a los trabajadores que pueden ser desplazados por la tecnología.
"Por ejemplo, en Japón se ocupan de sus trabajadores, y realmente no hay un sentimiento anti-globalización allí", dice Baldwin, a diferencia de Reino Unido y EE.UU.
En consecuencia, incluso las empresas que se benefician de una mayor automatización son cada vez más sensibles a las consecuencias sociales y políticas potencialmente negativas.
Del mismo modo, en Europa los jefes de la empresa de telecomunicaciones Deutsche Telekom y el conglomerado industrial y tecnológico Siemens han abogado por pagar un ingreso básico a los trabajadores reemplazados por la tecnología.
Podemos ver un movimiento al proteccionismo a medida que los países intentan preservar trabajos dentro de sus economías, pero es poco probable que esto funcione en el largo plazo, lamenta Baldwin.
El truco es aceptar la "realidad del siglo XXI", dice, y el hecho de que muchos trabajos simplemente no van a volver.
Los gobiernos deben prestar más atención a la política social, sugiere el analista: "en el período de posguerra de la globalización liberalizamos el comercio, pero al mismo tiempo ampliamos el bienestar social: instituimos la educación a bajo costo y el reentrenamiento de los trabajadores".
"En esencia, había un conjunto de políticas complementarias que aseguraban a los trabajadores que tendrían una buena oportunidad de aprovecharse de la globalización".
Los desafíos que todo esto supone para los gobiernos son muchos, pero el profesor Baldwin dice que debería ser posible desarrollar políticas que acepten la globalización y den a los trabajadores desplazados por ella el apoyo que necesitan.
Por La BBC Mundo 4 junio 2015
En la década de los 90 cualquier debate político-económico se cerraba con una palabra mágica: globalización.
La globalización definía las políticas que seguían países y empresas, el margen de maniobra de los gobiernos y un nuevo mundo en el que las multinacionales podían "deslocalizarse" (cambiar de país) en un abrir y cerrar de ojos y el dinero cruzaba fronteras a la velocidad del internet.
Hoy hay una retracción del comercio mundial y de la inversión bancaria internacional, en las economías centrales florecen discursos y prácticas antiinmigratorias y la ronda de Doha para la liberalización comercial lleva 13 años de infructuosa negociación.
Según Simon Evenett, experto en comercio mundial de la Universidad de Saint Gallen en Suiza, hay un indiscutible cambio de tendencia desde el estallido financiero de 2008.
"Afecta a algunos sectores más que a otros, pero es evidente en el comercio internacional y en ese símbolo de la globalización que es el sector financiero", indicó a BBC Mundo.
El lenguaje simbolizó este cambio con un nuevo concepto: "desglobalización".
En la cumbre de 2009 en Londres los países del G20, conscientes del peligro que representaba la recesión mundial para la globalización, se comprometieron a "evitar una repetición de errores históricos".
La referencia era clara. En el otro gran estallido económico- financiero de los últimos 90 años, la crisis de los años 30, los países habían impulsado políticas ultra-proteccionistas que, según sus críticos, habían profundizado la crisis.
El ejemplo más flagrante fue la ley arancelaria Smoot-Hawley en Estados Unidos que elevó los impuestos a la importación de más de 20 mil tipos de productos extranjeros.
"No ha sucedido nada tan obvio, pero los gobiernos han adoptado de manera sigilosa todo tipo de mecanismos para proteger a la producción nacional", señala Evenett.
Con una economía global golpeada, el impacto sobre el comercio ha sido claro.
Si durante los años previos a 2008 por cada crecimiento del PIB global del 1% había un aumento del comercio mundial del 2%, hoy la proporción es, en el mejor de los casos, uno a uno.
En enero el comercio mundial disminuyó un 1,6%: en febrero un 0,9%.
"Esta caída en el comercio mundial afecta al sector exportador que deja de ser un motor del crecimiento. Esto impacta en la creación de empleo y los niveles salariales porque en el sector exportador están los empleos mejor remunerados", indica Evenett.
Las barreras no son solo comerciales.
El malestar económico post-2008 ha cambiado el paisaje político.
Otro símbolo de la globalización, el mundo multicultural que genera los flujos migratorios, se encuentra en el centro del debate público en muchos países centrales impulsado por movimientos de creciente peso como el Frente Nacional de Francia o el UKIP del Reino Unido.
Un punto clave del referendo de Reino Unido sobre su pertenencia a la Unión Europea es el cambio que busca el primer ministro David Cameron a un principio sagrado de la UE: la libertad de movimiento de los ciudadanos europeos.
Según Ann Pettifor de Prime Economics el surgimiento de Syriza en Grecia o los nacionalistas escoceses del SNP son igualmente sintomáticos de este cuestionamiento de la globalización.
"Esto es algo que se vio también en la crisis del 30. La gente busca refugio en distintas agrupaciones políticas frente a la inestabilidad de los mercados y la incapacidad de los gobiernos para dar una respuesta", señaló a BBC Mundo Pettifor.
Otro de los grandes símbolos del mundo globalizado ha sido el libre flujo financiero.
Con la velocidad del internet procesando en segundos millones de transacciones es fácil olvidar que hasta fines de los 70 existía un fuerte control del movimiento de capitales.
A derecha e izquierda tampoco se suele recordar que el pilar de esta política fueron los acuerdos de Bretton Woods promovidos por Estados Unidos y el Reino Unido que crearon al Fondo Monetario Internacional (FMI) como organismo supervisor del nuevo mundo de la posguerra.
Los británicos, por ejemplo, tenían un estricto límite de 50 libras esterlinas para sus viajes al extranjero.
Hoy no hay un regreso a aquel férreo control, pero un informe del Banco Central en Reino Unido señala que los bancos están evitando los préstamos internacionales.
En un reciente discurso, Kristin Forbes, miembro del Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra, señaló que hay una "masiva contracción en los flujos financieros globales" que calificó de "desglobalización bancaria"
Ejemplos de estos fenómenos son el cierre de operaciones bancarias en más de 20 países del tercer banco a nivel mundial, el HSBC.
Muchos de sus empleados conocen de primera mano los efectos de este repliegue en la globalización de los grandes bancos.
Una movida de esta envergadura tuvo un fuerte impacto: entre 2011 y 2013 se perdieron más de 30 mil puestos de trabajo.
La misma ruta adoptó otro gigante, el Citi, que recortó su presencia global a casi la mitad, limitándose a operar en 24 países.
"Como los bancos han tenido que aumentar el capital de base lo han hecho con un repliegue de sus préstamos internacionales. Esto no quiere decir que se ha estabilizado la arquitectura financiera internacional como se ve en el aumento de US$57.000 millones de la deuda global desde la crisis", señala Pettifor.
La pregunta es si estas tendencias comerciales, financieras, políticas marcan una nueva era o son un fenómeno transitorio.
En los últimos 25 años la unificación mundial – la globalización – dibujó un nuevo planeta.
La plena incorporación de China e India – un 40% de la población mundial – y de Europa del Este son claras señales del avance globalizador.
La ronda de Doha por la liberalización comercial está estancada, pero se han multiplicado los acuerdos comerciales con dos platos fuertes a la vista: el TTIP entre Estados Unidos y la Unión Europea (un 40% de la economía mundial) y el TTP entre unos 15 países del Pacífico de Asia y América.
La tecnología está del lado de la globalización, mucho más cercana a la ruptura de fronteras que a su erección.
En un reciente informe, el jefe de Investigaciones sobre comercio internacional del Banco ING, Raoul Leering, apuntó a fenómenos económicos como la crisis europea por la actual desaceleración, pero señaló que la globalización seguirá adelante.
"No se va a repetir el "big bang" de los 90 y principios de este siglo, pero la integración económica sigue adelante. Hay mucha integración pendiente en grandes países emergentes como China, India y Filipinas que tienen bajos niveles de inversión extranjera en comparación con los países desarrollados. La debilidad de Europa ha sido un factor de esta transitoria desaceleración", señala.
Según Ann Pettiford es fundamental diferenciar entre globalización comercial y financiera."No se puede subestimar el poder de las fuerzas que han contribuído a la globalización. Pero hay que distinguir entre la globalización comercial, que es beneficiosa, y la financiera que es muy desestabilizante y provoca una fuerte reacción social y política que va a seguir presente mientras no se controle esta volatilidad", indicó a BBC Mundo.
La guerra comercial entre ambas potencias ha subido de intensidad en los últimos días con la imposición recíproca de nuevos aranceles. La pelea por el liderazgo global está tras la contienda
Por La Voz de Galicia 5 julio 2019
La historia es cíclica, pero también dinámica. Idénticos conflictos con distintos protagonistas se han sucedido a lo largo de los siglos con el poder y la capacidad de influencia como oscuro objeto de deseo. La globalización, el multilateralismo, está hoy en el disparadero porque ha vuelto a emerger con virulencia esa recurrente pelea por la hegemonía a nivel mundial. Por el momento no hay armas, solo dinero. Estados Unidos y China se han enzarzado en una guerra comercial de incierto desenlace que amenaza el crecimiento global en pleno 2019, cuando se cumplen 75 años de los acuerdos de Bretton Woods que sentaron las bases del libre comercio con la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Las grandes cifras admiten poco lugar a dudas. En estos tres cuartos de siglo, el volumen de negocio del comercio mundial se ha disparado hasta cotas desconocidas (ver gráfico adjunto), al extremo de que no son pocos los expertos que sostienen que el período 1990-2015 desencadenó el mayor descenso de los niveles de pobreza de la historia de la humanidad impulsado por una era de libre comercio que dinamizó las economías de grandes potencias, sí, pero también de un buen número de países emergentes. La globalización había tocado techo. China, con notables diferencias sobre los demás, ha sido el gran campeón de esta era.
Las ventas al exterior del gigante asiático no han dejado de crecer desde que arrancó el nuevo siglo. Y en su penitencia podría estar la condena porque desde que rebasó a Estados Unidos como primer exportador mundial en el año 2007, su liderazgo en este terreno no ha hecho más que engordar. Las críticas al capitalismo de Estado impulsado por Pekín fueron más o menos larvadas a partir de entonces, pero fue con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca cuando la contienda subió de tono.
Lo ocurrido en los últimos días ha sido un ejemplo muy gráfico de la evolución del conflicto. Washington empezó a tramitar el viernes día 10 nuevos aranceles a los productos chinos por valor de 325.000 millones de dólares, a lo que Pekín respondió esta misma semana con una tasa del 25 % para 2.493 bienes estadounidenses por valor de 60.000 millones de dólares. Paradójicamente, mientras se amenazaban con nuevas restricciones, ambos países trataban de poner freno a la guerra comercial en la ronda de negociaciones que se sucede desde finales del año pasado, y que por el momento no ha logrado apagar un incendio que ha arrastrado al resto de actores, con Europa en un lugar destacado.
Asegura la Oficina Nacional de Investigación Económica estadounidense (NBER, por sus siglas en inglés) que desde que Trump impuso las primeras tasas en la primavera del año pasado hasta nuestros días, Washington ha implementado los mayores niveles de proteccionismo desde que en 1930, y en plena Gran Depresión, la Ley Smoot-Halley precipitara un rearme arancelario que amplificó de forma sustancial el impacto de aquella crisis.
Con estas cartas sobre la mesa, la pregunta que muchos economistas se formulan es evidente: ¿Corre peligro la globalización? La respuesta, a tenor de lo que afirman las fuentes consultadas, es imposible de sintetizar en un simple sí o no. «Corre peligro -argumenta Patricio M. Castro, economista principal de Finanzas Públicas del FMI- en el sentido de que las amenazas que se ciernen sobre la globalización se concreten y se produzca una fractura. No creo que volvamos a tener una gran recesión como tras el crac del 29, pero esto igual se debe a mi inveterado optimismo. No tengo ninguna razón para sostener esta afirmación, es simplemente que pienso: el mundo no puede estar tan loco».
Xosé Carlos Arias, catedrático de Economía Aplicada de la Universidade de Vigo, cree que la visión sobre la globalización ha cambiado, en buena medida porque ha tenido también efectos perversos. «Esa idea de que el libre comercio siempre trae ganancias no es cierta», matiza. Advierte no obstante que el malestar con este fenómeno se concentra «en la globalización en los términos quizás menos nocivos, que son los relativos al comercio, y en absoluto en los movimientos de capital, que a mi juicio son los más peligrosos».
En la misma línea, Gonzalo García, consultor de Analistas Financieros Internacionales (AFI), entiende que la globalización se está viendo amonestada porque cada vez son más las voces que ponen en duda sus bondades. «No hablamos solo de los populismos, de Trump o de Salvini; dentro de la comunidad académica aparecen cada vez más voces respetadas y con argumentos sólidos que reclaman reformas. Cambios sobre cómo se regulan los movimientos comerciales y las condiciones en las que se firman estos acuerdos, pero también cambios en la regulación de los movimientos financieros, en la fiscalidad del capital y del ahorro».
En el trasfondo del ataque a esta era de libre comercio se situaría la desazón colectiva con las desigualdades provocadas especialmente en las últimas décadas. «Hay un gran malestar entre una parte muy amplia de la población que ve que los frutos de la globalización no están llegando a todos; por arriba crecen, pero no por abajo. Desde 1980 -continúa el analista de AFI-, las líneas que separan a las rentas del capital de las del trabajo se han separado, cuando antes caminaban paralelas».
Tanto Arias como Castro y García consideran que el libre comercio y el multilateralismo podrían encontrar un aliado crucial en un factor inducido por sus propias dinámicas: las cadenas globales de valor. Es tan profunda hoy la indexación de las mismas, la cantidad de bienes (desde coches a teléfonos, electrodomésticos o válvulas, por citar solo algunos ejemplos) que se fabrican a nivel global con insumos y componentes procedentes de distintos países, que alterarlas podría desatar una crisis de proporciones desconocidas. «Pueden ejercer casi como una salvaguarda ante estos movimientos proteccionistas», explica el catedrático gallego.
García abunda en esta tesis y explica que el peaje de un frenazo brusco a la globalización podría ser muy elevado. «Los costes de la desintegración de esas cadenas globales de valor son demasiado altos y eso ha quedado de manifiesto. Las relaciones económicas son hoy muy complejas y no solo por cuestiones de capital, también de conocimiento, de gestión...»
En lo que sí coinciden todos es en que tras la guerra comercial subyace una disputa de mayor enjundia: la hegemonía a nivel global, durante buena parte del siglo XX en manos de Estados Unidos y en discusión a medio plazo por la irrupción de China como primera potencia económica mundial. El ataque a la globalización sería pues una suerte de disculpa, toda vez que además Pekín ha ido un paso más allá en la actualización de su modelo de crecimiento. Ahora ya no quiere ser la fábrica del mundo, sino el motor de la innovación. La vanguardia tecnológica en la era de la tecnología.
Y es precisamente esta pugna por el liderazgo mundial la que ha alimentado un debate mucho más inquietante, planteado por el profesor de la Harvard Kennedy School Graham Allison y analizado incluso en los foros del Banco Mundial. Alerta el prestigioso economista que la guerra comercial podría abocar a Estados Unidos y China a la trampa de Tucídides, o lo que es lo mismo, a un conflicto bélico resultado «de una tensión estructural letal que se produce cuando una nueva potencia reta a otra establecida». El pasado, en este caso, avalaría las tesis de Allison, quien ha demostrado que en los últimos cinco siglos, de los 16 casos en los que se enfrentaron una hegemonía decadente con otra en eclosión, doce de ellos acabaron en una guerra. A la humanidad, así pues, solo le queda esperar que se imponga la cordura. Y que Marx se equivoque cuando afirmaba aquello de que «la historia siempre se repite, primero como tragedia y luego como farsa».